Y rugieron tempestades por todo aquello que no quise ser y fui.
Lo pero es que no me arrepentí por aquello,
no vi la necesidad de recapacitar.
Nada de lo que hiciera iba a cambiar
el rastro que habida dejado tras de mí.
Todas esas lágrimas vertidas sobre la acera,
toda esa violencia innecesaria. Olor a cuero sudado de las correas,
sábanas limpias y blancas y centenares de ojos sedientos.
Me relajo y como no me habían tratado en años,
recuestan mi cuerpo sobre una fría camilla.
Aprietan las cinchas contra muñecas y tobillos.
Un pinchazo en la vena del brazo derecho
y una sonrisa que atraviesa mi ser.
Un hidráulico se acciona y la camilla se pone vertical
y veo esos ojos que clamaban venganza
por sus hijos, pos sus seres queridos.
Busco entre ellos los de mi madre,
pero su mirada está clavada al suelo donde,
desde su nariz, un charco se acrecienta silencioso.
El mismo mecanismo libera presión y vuelvo a la horizontal.
Se que han estado hablándome pero no he dicho nada.
Nada va a cambiar lo que hice,
nadie perdonaría mi alma,
no tengo sitio en la sociedad.
Fluye un líquido por la aguja y penetra en mí.
Mientras todo torna en nocturnidad,
oigo gritos de júbilo.
He hecho algo bueno al fin.
0 comentarios:
Publicar un comentario