Las olas rompían contra el recio casco sin remedio.
Avanzaba tambaleante ante una tempestad imponente
Avanzaba tambaleante ante una tempestad imponente
que reclamaba lo que días antes le habían robado.
No había canciones que cantar ni chistes que escuchar.
Cada uno en su litera, rezando por el buen hacer de su capitán.
Otro envestida marina y el barco, gigante en tierra,
Otro envestida marina y el barco, gigante en tierra,
no era mas que un terrón de azúcar
que, lenta pero irremediablemente, se disolvía en el agua.
La única bombilla que daba luz en aquella noche temible,
La única bombilla que daba luz en aquella noche temible,
en aquella reducida sala donde, hacinados, marineaban los marinos,
sonaba amenazando que se fundiría después de cada última acometida.
Un sollozo del mas joven, la resignación del más añejo y otro violento golpe del mar.
Un sollozo del mas joven, la resignación del más añejo y otro violento golpe del mar.
Puro en la boca y en sus manos el timón y la vida de quince hermanos.
Sudaba a pesar del frío. Impasible y de mirada hierática,
tratando de controlar, con sus gélidos ojos, aquel océano hambriento de vida.
La ventana se quebró en pedazos
y el agua y los cristales rozaron la cara y las barbas del capitán.
La sangre ya se mezclaba con el sudor y la mar.
Sus manos, cansadas y entumecidas, clamaban por un descanso y unas curas
que no llegarían.
Bajaba una ola y otra subía y su expresión al fin cambió
al ver lo que se ofrecía tras aquella duna azul. Un mar cayéndole victorioso.
Respiró brisa entremezclada con agua salada,
cerró los ojos y apretó las manos contra el timón.
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