martes, 30 de agosto de 2011

Murchante y mi abuela.

Como cada sábado, mas o menos al medio día, marchaba desde mi casa en Tudela, a la casa de mi abuela en Murchante, un pueblecito encantador a unos siete kilómetros. Puerta de imponente roble tallado era la antesala de un homenaje taurino. Siempre mi abuelo fue un gran entusiasta de la tauromaquia. Paredes forradas en nogal, suelos de granito rojo e innumerables cuadros y fotos de plazas, toros bravos y bravos toreros, la mayoría autografiados. Las escaleras, de suaves formas, llevaban a la sala principal donde siempre nos esperaba mi abuela sonriente y con su siempre delantal, manchado de aceite y harina decía "¡Hijo mío! ¡Qué ojicos tan bonitos para ser muete!" y el olor a torrijas me hacia la boca agua.