martes, 12 de octubre de 2010

Austin Metro y mi infancia

Jamás olvidaré la primera vez que mi padre se enfadó conmigo. Pasé mi infancia arreglando, más bien yo mirando, un coche antiguo que nunca conseguimos arrancar, mi padre y un amigo suyo. El día en cuestión era 24 de diciembre de 1994 y recuerdo bien esa fecha porque tenía gran ilusión por la fecha. Hacía frío, y mientras no me pidieran que pasara ninguna herramienta, me acurrucaba en una barata estufa eléctrica que daba mas miedo que calor. "Papá" dije tiritando "¿Te importa que vaya al coche y lo encienda para no pasar frío?" Salió negro, lleno de grasa y entre aquella oscuridad que era su cara, sonrió y escuché, con su voz suave "Espera, voy a lavarme y te lo enciendo". Volvió con su gran aura irónica y me abrió la puerta del coche. No era un gran lujo, mas modesto que otra cosa, pero era nuestro. Me senté en la plaza del coopiloto y conectó el motor. Sonaba tímido y amenazaba con apagarse pero, inexplicablemente, finalmente se mantuvo en unas pausadas 1000 revoluciones. Con todo, presionó el acelerador para asegurarse. Sostuvo su sonrisa y expresando todo su amor, sin decirme nada, solo con la mirada, se marcho en pos de un imposible. Me quedé solo, pensando en todo lo que me quería mi padre, en lo feliz que me hacía e irremediablemente, en lo que me aburría estando sólo en el coche. Decidí entonces jugar con los instrumentos del coche. Sabía lo suficiente para no tocar la palanca de cambios ni la llave de contacto, pero desconocía lo que era aquello. Un botón redondo negro con un símbolo de un cigarro, decidí presionarlo y para mi sorpresa, no pude sacarlo cuando quise. Al cabo de unos largos veinte segundos escuché un "¡Clack!" y lo saqué. Estaba rojo centelleante y caliente como el averno. No me atreví a tocarlo, dejé ese honor al salpicadero de aquel Austin Metro.
A eso de unos quince minutos, mi padre apareció con un refresco y una napolitana de chocolate, mi desayuno preferido y observó, por demás del olor a plástico fundido, que había marcado toda parte de plástico de aquel pequeño cochecillo con el símbolo de Audi, excepto en un lugar, ahí estaba los anillos olímpicos. Con los ojos muy abiertos me pidió que saliera del coche y dijo, un poco más alterado de lo normal "Campeón, ¿Te parece normal?"

2 comentarios:

Anónimo dijo...

gran tablon si señor

Patxi Abadía dijo...

Ya sabes porque, señor mío.

Publicar un comentario

.