jueves, 20 de mayo de 2010

Ciudad

Una fina manta de agua arropaba a la ciudad, siempre llena de extraños. Cuando una sola gota tocaba la pared de los yertos edificios, cedía a ésta un poco de vida. Así que cuando la suave lluvia acariciaba sus contornos, sacaban sus mejores galas. Los que tenían ladrillos rojos, rugían escarlatas. Los que eran blancos, lucían nacarados. E incluso los apagados y aburridos grises invitaban a la alegría cuando se humedecían.
Apoyado en una ventana de aluminio contemplo como la ciudad, llena de extraños, indiferente para los que la conocen, clama por un poco de atención. Humeante taza de café, cielo gris, ciudad viva. Mi amor en la cama.

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