viernes, 17 de febrero de 2012

Me miraba a los ojos.

Creo que me miraba a los ojos, aun estando muerto, creo que me miraba. Hacia unos instantes había sacado la navaja de mi bota para defenderme de su ataque. Se la lancé con fuerza al pecho y con fortuna partí su corazón. Se desplomó al suelo clavando sus ojos en los míos con un gesto en la cara difícil de olvidar. Te juro que me miraba a los ojos cuando a borbotones, por entre el filo de la navaja, escapaba su sangre, su vida. Me metí la mano en el bolsillo interior y saque un puro, mordí la punta y se lo escupí en la cara con desprecio, pero sus ojos aun me seguían. Lo encendí despacio y le di una larga calada. No era la primera vez que terminaba con la vida de alguien, pero si la primera vez que era un conocido, un amigo. Limpié de huellas la navaja, quité la punta del puro y la saliva de su cara y cerré sus ojos para siempre. Decidí dejar la navaja clavada y eso que era mi preferida. ¡Qué menos joder!
Salí por la puerta despacio, nadie, perfecto. A las cinco y media de la mañana solo borrachos y ladrones pueblan las calles. En una hora amanecería y cobraría el dinero. Pero te lo digo en serio, creo que me miraba a los ojos.

1 comentarios:

Aitziber dijo...

Me ha gustado mucho este escrito, es muy rápido e intenso. engancha!

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