miércoles, 4 de agosto de 2010

En un piso de las claras

Ya nada iba a ser igual. "Abrázame, lo necesito" dije con voz suave y melancólica. Sus brazos rodearon mi cuello y nuestros labios se fundieron en un beso. Se separó unos centímetros y escondió la cabeza en mi pecho. No quería que viera que estaba llorando. "¿Estas bien?" tratando de consolar su alma, "Si" fue su respuesta, izando el orgullo por bandera sin mostrarme su sonrisa, ni sus ojos.
Acariciaba su cabello, sin nudos, como si cada hebra supiera donde debía ir y como acompasar, como una tranquila laguna.
Mas yo necesitaba que de su boca saliera, "quédate", "no lo hagas", "te quiero". La rabia devoró mi ser y rompió a llorar sin lágrimas, a gritar en silencio, a morir viviendo.
El dolor le hizo dormir en mi regazo, le llevé despacio y en silencio a su cama. Besé sus labios, los que jamás volveré a probar, y después su frente. Abrió los ojos y me miró con una tristeza que rompió mi alma en cien pedazos desiguales. Sólo una lágrima rodó por su rostro y dos por el mío, cuando cerré la puerta.

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