martes, 5 de enero de 2010

Aquel dia


Una sedosa sábana es lo único que le separa de mí. Nada deja a la imaginación, ese delicado paño, modela su figura, y la envuelve, como si de un regalo divino se tratase. Solo su suave respiración pliega y despliega aquel etéreo tejido. Sus pechos perfectos se asoman tímidos. Sus labios lujuriosos, tentadores, se mueven para decirme que me acerque. Su pelo, dispuesto con un riguroso orden radial a su cabeza, se encuentra rubio resplandeciente. Zafiros engarzados en la más bella estructura persiguen mis acomplejados ojos. Llego despacio a sus labios, y los acaricio con los míos. Mi piel se eriza, se ruboriza mi cara, como aquella vez, la primera, cuando nos besamos y nos dijimos todo aquello en aquella esquina, cuando solo importabas tu, cuando solo importaba yo. Cuando al día siguiente quedamos en aquella íntima cafetería y me dijiste que me querías, como yo te explicaba lo que sentía, al ver lo que en mi corazón había. Los días pasaron, las semanas volaron, los meses olvidamos porque solo contábamos años. ¡Y aún siento lo mismo cuando veo tus azules a través de una enmarañada catarata de oro! Que bonito hubiera sido…

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