La cuerda se aferraba
a la más recia rama
del árbol recién florecido
de aquel otoño de 1997.
Hormigas impávidas,
afanadas en un trabajo esclavo
sin ser conscientes de eso mismo,
pasan sobre la soga sin más problema
cargadas con frutos y hojas.
La cuerda cruje.
Viento,
que incita al suave compás de una copa verde
rodeado de un bosque caoba desnudo,
bambolea la cuerda.
Y la cuerda cruje.
Cama de hojas secas
tejen una alfombra de increíbles e indefinidos
paisajes.
Y la sombra se proyecta sobre ella.
Reza el cartel de su pecho:
"Lo siento. Sin misa."
a la más recia rama
del árbol recién florecido
de aquel otoño de 1997.
Hormigas impávidas,
afanadas en un trabajo esclavo
sin ser conscientes de eso mismo,
pasan sobre la soga sin más problema
cargadas con frutos y hojas.
La cuerda cruje.
Viento,
que incita al suave compás de una copa verde
rodeado de un bosque caoba desnudo,
bambolea la cuerda.
Y la cuerda cruje.
Cama de hojas secas
tejen una alfombra de increíbles e indefinidos
paisajes.
Y la sombra se proyecta sobre ella.
Reza el cartel de su pecho:
"Lo siento. Sin misa."
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